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domingo, 25 de octubre de 2015

Resurrección en día de muertos

El vigía 
(Silvio Rodríguez)

Agua me pide el retoño 
que tuvo empezar amargo 

va a hacer falta un buen otoño 

tras un verano tan largo 

el verde se está secando 

y el viento sur se demora 
pero yo sigo esperando 
que lleguen cantando 
la lluvia y mi hora.






De unos años a esta parte, a su servilleta le da por escribir un texto de día de muertos a propósito de estas fechas.
Suelo revisar poco, o muy poco el pasado, en realidad, cuando hago revisión son pocas las cosas que me acuerdo, casi todas buenas y de lo malo prefiero hacerme de la vista gorda, total, ¿quién puede cambiar lo hecho? Yo no, pero lo intento a cada paso, en cada día que vivo, respiro, amo, odio, me harto y me resigno.
Esa soy yo, quizá poco objetiva, pero cuando recuerdo los errores que he cometido, son pocos los que me avergüenzan. Más no por eso, hay cosas que una de plano viviría de otra forma si tuviese la sabiduría.
Mi afición por día de muertos comenzó a raíz de que una hermana mía tenía una vecina que hacía una gran ofrenda para sus muertos y luego la invitaba a comer cosas “deliciosas” que yo tenía prohibido hasta oler por mi religión. Como desde infante fui una amante de lo prohibido y una perseguidora de sus sueños, cuando crecí me interesé por muchas de las visiones que de la muerte se tienen en distintas culturas.
He de admitir que me perturbaban un poco las imágenes chabacanas sobre un rito religioso, no sé si litúrgico, nunca fui experta en eso de las misas ni nada de esas vainas. No obstante desde muy niña me tocó jugar entre tumbas, en el atrio de la iglesia del lugar donde yo vivía. Años más tarde inauguré un cementerio para todos los bichitos que encontraba muertos, que eran en su mayoría insectos. Les daba “cristiana sepultura” supongo que copiando el rito que había observado en algún momento ya sea en vivo o en alguna película de Pedro Infante, referentes culturales que manejaba yo a mis seis años.
Más tarde, ya en el DFectuoso, mi ciudad natal, a la cual regresé a los siete u ocho años, no recuerdo bien a bien cuándo, vivíamos junto a una funeraria, sucesos todos que me llevaron una vez más a obsesionarme por el tema.
En ese entonces mamá y yo veíamos muchísimo cine y vi una película que se llamaba Juegos Prohibidos, que toca el tema de los refugiados de la Segunda Guerra Mundial y por ende el de la muerte y que además los mezcla con una historia de amor infantil muy bella.
He estado frente a La Parca varias veces a lo largo de mis 56 años, no recuerdo cuántas. Algunas por accidente, otras por “convicción” propia. La victoria sobre ella ha sido a veces pírrica, pero no por eso: aún respiro, aún sueño, aún amo, aún vivo.
Aprendí sobre la muerte a través de la Biblia y de Don Toribio, quien documentó mi fantasía en mis primeros años de infancia. Y es hasta leer a Carlos Castaneda, y su famoso Don Juan que me renace el gusto por andar siempre de visita en los cementerios, paseo que me encantaba hacer con mis novios desde la secundaria.
Junto con Las enseñanzas de Don Juan y algunas personas que conozco a lo largo de estos 56 años que tiene la que habla, empiezan las pérdidas en serio. Cada año parece aumentar el número de seres queridos que se ausenta, o será que sumados a los anteriores van haciéndose multitud en nuestras vidas.
No sé cuánta gente querida he perdido desde aquella primera vez que me topé por primera vez con La Parca y la vi arrebatarle una vida de las manos a mi madre, la mujer enferma de cáncer a quien inyectaba. Temo que si los enumero, olvide a alguno. ¡Han sido tantos! Así que este año, no revisaré el pasado, no me pondré a pensar en los muertos, trataré de que La Parca me encuentre bien, vivita y coleando. Tengo salud, tengo amor, tengo inteligencia, nomás me falta dinero. De eso el universo se encarga. Yo escribo, cada vez menos de muertos, cada vez más de lo que vivo y por lo que vivo. Leo, leo obsesivamente sobre vivos y muertos, aunque cada vez más de vivos. Sigo reverenciando a La Parca que se ha hecho de la vista gorda cada que me topa.
Hay quien considera que a veces me excedo. Este año trataré de ser muy alegre en honor a todos mis muertos, a los que han muerto físicamente y a los que lo han hecho sentimental o intelectualmente para mí. Así que anímense mis queridos vivos: ofrezco funeral alegre, recuerdos alegres, tal vez un poquitín de drama, siempre que no se exceda uno, eso sí, mucha poesía, mucha nostalgia en el recuerdo, sin importar si la muerte fue sentimental, intelectual o física.
La muerte es lo único que tenemos seguro ya lo dijo alguien: “De aquí nadie sale vivo”. Los mexicanos la recuerdan de mil modos a lo largo y ancho de la república. Bienvenida sea la muerte pues, hasta el mar confabula con La Parca este año.

“Va a hacer falta un buen otoño, tras un verano tan largo”, ya lo dijo el buen Silvio.