que tuvo empezar amargo
va a hacer falta un buen otoño
tras un verano tan largo
el verde se está secando
y el viento sur se demora
pero yo sigo esperando
que lleguen cantando
la lluvia y mi hora.
De unos años a esta
parte, a su servilleta le da por escribir un texto de día de muertos a
propósito de estas fechas.
Suelo revisar poco, o
muy poco el pasado, en realidad, cuando hago revisión son pocas las cosas que
me acuerdo, casi todas buenas y de lo malo prefiero hacerme de la vista gorda,
total, ¿quién puede cambiar lo hecho? Yo no, pero lo intento a cada paso, en
cada día que vivo, respiro, amo, odio, me harto y me resigno.
Esa soy yo, quizá poco
objetiva, pero cuando recuerdo los errores que he cometido, son pocos los que
me avergüenzan. Más no por eso, hay cosas que una de plano viviría de otra
forma si tuviese la sabiduría.
Mi afición por día de
muertos comenzó a raíz de que una hermana mía tenía una vecina que hacía una
gran ofrenda para sus muertos y luego la invitaba a comer cosas “deliciosas”
que yo tenía prohibido hasta oler por mi religión. Como desde infante fui una
amante de lo prohibido y una perseguidora de sus sueños, cuando crecí me
interesé por muchas de las visiones que de la muerte se tienen en distintas
culturas.
He de admitir que me
perturbaban un poco las imágenes chabacanas sobre un rito religioso, no sé si
litúrgico, nunca fui experta en eso de las misas ni nada de esas vainas. No
obstante desde muy niña me tocó jugar entre tumbas, en el atrio de la iglesia
del lugar donde yo vivía. Años más tarde inauguré un cementerio para todos los
bichitos que encontraba muertos, que eran en su mayoría insectos. Les daba
“cristiana sepultura” supongo que copiando el rito que había observado en algún
momento ya sea en vivo o en alguna película de Pedro Infante, referentes
culturales que manejaba yo a mis seis años.
Más tarde, ya en el DFectuoso,
mi ciudad natal, a la cual regresé a los siete u ocho años, no recuerdo bien a
bien cuándo, vivíamos junto a una funeraria, sucesos todos que me llevaron una
vez más a obsesionarme por el tema.
En ese entonces mamá y
yo veíamos muchísimo cine y vi una película que se llamaba Juegos Prohibidos,
que toca el tema de los refugiados de la Segunda Guerra Mundial y por ende el
de la muerte y que además los mezcla con una historia de amor infantil muy
bella.
He estado frente a La
Parca varias veces a lo largo de mis 56 años, no recuerdo cuántas. Algunas por
accidente, otras por “convicción” propia. La victoria sobre ella ha sido a
veces pírrica, pero no por eso: aún respiro, aún sueño, aún amo, aún vivo.
Aprendí sobre la muerte
a través de la Biblia y de Don Toribio, quien documentó mi fantasía en mis
primeros años de infancia. Y es hasta leer a Carlos Castaneda, y su famoso Don
Juan que me renace el gusto por andar siempre de visita en los cementerios,
paseo que me encantaba hacer con mis novios desde la secundaria.
Junto con Las
enseñanzas de Don Juan y algunas personas que conozco a lo largo de estos 56
años que tiene la que habla, empiezan las pérdidas en serio. Cada año parece
aumentar el número de seres queridos que se ausenta, o será que sumados a los
anteriores van haciéndose multitud en nuestras vidas.
No sé cuánta gente
querida he perdido desde aquella primera vez que me topé por primera vez con La
Parca y la vi arrebatarle una vida de las manos a mi madre, la mujer enferma de
cáncer a quien inyectaba. Temo que si los enumero, olvide a alguno. ¡Han sido
tantos! Así que este año, no revisaré el pasado, no me pondré a pensar en los muertos,
trataré de que La Parca me encuentre bien, vivita y coleando. Tengo salud,
tengo amor, tengo inteligencia, nomás me falta dinero. De eso el universo se
encarga. Yo escribo, cada vez menos de muertos, cada vez más de lo que vivo y
por lo que vivo. Leo, leo obsesivamente sobre vivos y muertos, aunque cada vez
más de vivos. Sigo reverenciando a La Parca que se ha hecho de la vista gorda cada
que me topa.
Hay quien considera que
a veces me excedo. Este año trataré de ser muy alegre en honor a todos mis muertos,
a los que han muerto físicamente y a los que lo han hecho sentimental o
intelectualmente para mí. Así que anímense mis queridos vivos: ofrezco funeral
alegre, recuerdos alegres, tal vez un poquitín de drama, siempre que no se
exceda uno, eso sí, mucha poesía, mucha nostalgia en el recuerdo, sin importar
si la muerte fue sentimental, intelectual o física.
La muerte es lo único
que tenemos seguro ya lo dijo alguien: “De aquí nadie sale vivo”. Los mexicanos
la recuerdan de mil modos a lo largo y ancho de la república. Bienvenida sea la
muerte pues, hasta el mar confabula con La Parca este año.
“Va a hacer falta un
buen otoño, tras un verano tan largo”, ya lo dijo el buen Silvio.