Stinky llegó a mi vida hace tres o cuatro años, no recuerdo
bien; los años parecen pasar cada vez más
y más rápido. Me lo llevó mi vecina, quien no sé si había notado que
dejaba yo alimento para los gatos ferales que habitaban el callejón o fue a
partir de llevarme el gato que empecé a darles pues la manada se fue acercando
a raíz de la adopción de Stinky.
El estado del animal era deplorable. Tenía tal cantidad de
pulgas que ya ni intentaba rascarse. Permanecía tendido como esperando la
muerte. Quitarle las pulgas fue toda una bronca. Stinky luchó por su vida cerca
de tres meses, con una infección en la boca que ningún veterinario localizaba.
Una visita de mi hija le salvó la vida pues fue ella quien al examinarlo lo
primero que hizo fue abrirle la boca. De ahí en adelante todo fue viento en
popa para el animalito. Se repuso y se convirtió en un hermoso gato, medio
desaliñado pues no había tenido mamá gata que le enseñara cómo comportarse como
gato, siempre tímido y asustadizo, pero que salía a proteger a la manada de
ferales en cuanto escuchaba ruidos que él consideraba peligrosos.
Aquella manada de ferales me enseñó muchísimo sobre los
gatos, había tratado siempre con gatos domésticos y conocer esa manada de
ferales liderada por una gatita negra con la lengüita de fuera a quien todos
protegían y que imagino era la madre más vieja, o al menos la más cuidada por
la manada.
Poco a poco los fui cazando para operarlos. La manada se
mantuvo estable, no creció mucho. Otros vecinos hacían lo mismo con algunos
gatos de la zona. Hace unos meses regresé y fue muy conmovedor que al escuchar
mi voz, la manada entera fue a saludarme (pedirme comida). Las vecinas estaban
sorprendidas de lo bien que recordaban mi voz.
Y esa fue la primer enseñanza de Stinky, quien estaba
agradecidísimo conmigo por haberle salvado la vida. Tierno, dulce, fiel, era mi
gato trapo. Podía ponérmelo de bufanda y él era feliz pues era mamá dándole cariño.
Confiaba plenamente en mí, me llenaba de muestras de afecto, su mirada amorosa
me acompañaba todas las noches antes de dormir. Sus enormes bigotes haciéndome cosquillas pues
le encantaba acercar su cara a la mía, sus maullidos, suaves, tiernos.
De verdad es maravilloso cómo todo ser vivo reacciona al
afecto, desde una flor hasta una fiera. Stinky superó estos dos años sus
reservas hacia los humanos. Le encantaba colarse en la cama conmigo y con
Eduardo, al que al principio ignoraba olímpicamente y después aceptó e hizo
partícipe de nuestro rito nocturno de miradas y caricias.
Creo que Stinky tuvo una vida feliz, especialmente el último
año, en el cual se hizo muy amigo de Merlot, quien es la gata más alegre y tierna que
hay en la tierra. Todas las mañanas organizaban corretizas y desastres
provocados por las mismas.
Hasta en su agonía Stinky mostró su profundo amor por su mami.
Quiso refugiarse en mis brazos y no me cansé de decirle cuánto lo quería. Se
fue sabiéndose amado, espero que no haya
sufrido mucho. No dio indicios de estar sufriendo hasta hace ocho días, pero
estaba bajo control, al parecer la libraría. No sé qué pasó, necesito saberlo
por los otros gatos, pero espero que sea lo que sea No haya sufrido tanto.
Me quedo con su mirada fiel, constante, amorosa. Con sus
cariñitos y sus celos de las últimas fechas. Ojalá donde vaya tenga una mamá
que lo acaricie todo el día, como él quería. Adiós querido mío. Gracias por
todas las lecciones, por las preocupaciones y las sonrisas, por dejarme
acicalarte y deshacerte uno a uno los nudos de su pelo hirsuto. Gracias por
todos los momentos que tuvieron sentido porque le cuidaba y amaba. Buen viaje Stinky.