Las mexicanas comenzaron por la
música. Mujeres que dijeron lo que sentían, lo que anhelaban, en un mundo
totalmente machista bebieron, compusieron y marcaron la pauta. Eran los años 40
y nacía una generación que intentaría por primera vez buscar una identidad
propia, mujeres que se manifestaron contra el sistema y estudiaron carreras,
que bebían y fumaban como sus compañeros varones. Incursionaron en carreras
antaño sólo para hombres: Ciencias, Ingeniería, Abogacía, Administradoras, entronas
y soñadoras a la vez. Las primeras Abogadas, las primeras médicas, las primeras
todo en México. A esas mujeres no había quien las detuviera, de ello dan fe
tantas que mencionar a una obligaría a mencionar a todas y para eso necesitaría
un libro, no una nota en mi Blog.
He conocido a muchas de las
mujeres de esa generación, la generación que nació entre 1940 y 1950. Siempre
me han impresionado por su fortaleza, su capacidad de sufrimiento, sin queja,
con enojo, eso sí, pues el enojo es su manera de manejar todo, dolor, alegría,
esperanza, fe, porque ellas creyeron que podían vivir sin eso, pero nadie les
enseñó, no sabían cómo ni para dónde.
Sin embargo, muchas de ellas
dejaron de lado sus vidas para criar a enormes familias de integrantes desde
cinco hasta once hijos, seis en el caso de Hena Corzo, la mujer que inspira
este texto.
Conocí a Hena Corzo hace como
15 años, mujer inteligente, directa, sincera, con leve tendencia a exagerar, digna
representante de esa generación de admirables mujeres. No les tocó fácil la cosa, algunas eligieron,
otras no, otras más se propusieron cambiar las cosas al menos en su familia.
Tal es el caso de algunas amigas mías de esa generación, una incluso pensó que
para que sus hijos recibiesen la educación que ella deseaba era necesario
fundar su propia escuela y desarrollar su propio método educativo, por supuesto
lo hizo. Me parece que Hena Corzo hizo lo propio, y al parecer a la guardería
se sumaron algunos vecinos y vecinas que padecían la falta de buenas escuelas
en el norte de la ciudad, en los novedosos desarrollos de los años sesenta y setenta
que poblaron en treinta años la periferia entera de la ciudad de México.
Lo que no tuvo que vivir esa
generación, la de cambios, la de críticas cuando eran jóvenes y querían
estudiar, la de críticas por dejar la carrera por casarse, la de críticas por
tener tantos hijos, la de críticas, la de críticas y qué más les digo. Poco muy
poco reconocimiento a su búsqueda. Muchas de ellas esperaron como mi suegra a
que el más pequeño cumpliese la mayoría de edad y en sus marcas, listos, fuera,
mandó al diablo 30 años de martirimonio y decidió vérselas como pudiera ella
sola. Mujeres como Hena que hizo lo propio por razones que sólo ella conocía y
que a fuerza de callarlas le fueron rompiendo el corazón y quitando la alegría.
La última vez que compartí la
mesa con Hena Corzo, fue hace unos meses, convalecía de una neumonía. Me
sorprendió verla, estaba entera, coherente y alegre por tener a sus hijos con
ella. Le encantaba reunir a sus hijos, eso la alegraba mucho.
Conocí a Hena Corzo, o Hena
madre como solía referirme pues Hena hija es una de mis compinches favoritas y
en ese tiempo andábamos pegadas de un lado a otro, primero por el trabajo, pues
era mi jefa en el partido, y luego ya por gusto personal.
Hena hija siempre me hablaba de
su madre, la mayor parte del tiempo bien, la admira muchísimo y me compartió
una muy buena imagen de Hena Madre antes de conocerla. Fui testigo del amor con
que cuidó siempre a su nieta, me contagié de su buen humor, y también de su
parte medio oscura pues era ruda la mujer, muy ruda. No por eso, me encantaba,
la admiraba y me prometía que mis hijas no pasarían por tanta penuria como
ellas porque nosotras cada día entendemos más y más y las que nos aventamos el
numerito de la maternidad tenemos buena escuela.
Hija del patriarcado
despiadado, del que no dio concesiones nunca, enfrentó su vida con dignidad y
con humor, como buena chiapaneca cultísima y gran narradora de historias. Se quedó
pendiente su libro, lo íbamos a escribir juntas, la enfermedad se nos adelantó.
Me duelen los hubiera cuando pienso en lo entretenido y sanador que hubiera
sido para ambas.
Va este pequeño homenaje a ti y
de paso a tus contemporáneas, mujeres que como tú estudiaron, trabajaron, y víctimas
del amor romántico se casaron y tuvieron hijos, mujeres solitarias en el final
de sus días, que no solas, para eso tuvieron hijos, constructoras de una
sociedad que apenas empezaba a despertar de un largo letargo.
Hena era inteligente, terca,
divertida, entretenida; pasión cuando habla de sus hijos y ternura cuando te
cuenta alguna anécdota sobre sus nietas. Ligeramente megalómana, pero sin duda
fuerte, muy fuerte, aferrada a la vida, luchó hasta el final por ella. Murió
tranquila, sin mucho drama, lo cual es una lástima pues ella era una Diva,
amante del teatro y de la autoadulación. Mujer de izquierda, ama de casa,
lectora incansable hasta que su salud se lo permitió. Difícil, entretenida, como
su nombre lo indica: MUJER. Descansa en paz.
La flaca de la esquina
27-04-2017