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jueves, 27 de abril de 2017

Hena, MUJER

Las mexicanas comenzaron por la música. Mujeres que dijeron lo que sentían, lo que anhelaban, en un mundo totalmente machista bebieron, compusieron y marcaron la pauta. Eran los años 40 y nacía una generación que intentaría por primera vez buscar una identidad propia, mujeres que se manifestaron contra el sistema y estudiaron carreras, que bebían y fumaban como sus compañeros varones. Incursionaron en carreras antaño sólo para hombres: Ciencias, Ingeniería, Abogacía, Administradoras, entronas y soñadoras a la vez. Las primeras Abogadas, las primeras médicas, las primeras todo en México. A esas mujeres no había quien las detuviera, de ello dan fe tantas que mencionar a una obligaría a mencionar a todas y para eso necesitaría un libro, no una nota en mi Blog.
He conocido a muchas de las mujeres de esa generación, la generación que nació entre 1940 y 1950. Siempre me han impresionado por su fortaleza, su capacidad de sufrimiento, sin queja, con enojo, eso sí, pues el enojo es su manera de manejar todo, dolor, alegría, esperanza, fe, porque ellas creyeron que podían vivir sin eso, pero nadie les enseñó, no sabían cómo ni para dónde.
Sin embargo, muchas de ellas dejaron de lado sus vidas para criar a enormes familias de integrantes desde cinco hasta once hijos, seis en el caso de Hena Corzo, la mujer que inspira este texto.
Conocí a Hena Corzo hace como 15 años, mujer inteligente, directa, sincera, con leve tendencia a exagerar, digna representante de esa generación de admirables mujeres.  No les tocó fácil la cosa, algunas eligieron, otras no, otras más se propusieron cambiar las cosas al menos en su familia. Tal es el caso de algunas amigas mías de esa generación, una incluso pensó que para que sus hijos recibiesen la educación que ella deseaba era necesario fundar su propia escuela y desarrollar su propio método educativo, por supuesto lo hizo. Me parece que Hena Corzo hizo lo propio, y al parecer a la guardería se sumaron algunos vecinos y vecinas que padecían la falta de buenas escuelas en el norte de la ciudad, en los novedosos desarrollos de los años sesenta y setenta que poblaron en treinta años la periferia entera de la ciudad de México.
Lo que no tuvo que vivir esa generación, la de cambios, la de críticas cuando eran jóvenes y querían estudiar, la de críticas por dejar la carrera por casarse, la de críticas por tener tantos hijos, la de críticas, la de críticas y qué más les digo. Poco muy poco reconocimiento a su búsqueda. Muchas de ellas esperaron como mi suegra a que el más pequeño cumpliese la mayoría de edad y en sus marcas, listos, fuera, mandó al diablo 30 años de martirimonio y decidió vérselas como pudiera ella sola. Mujeres como Hena que hizo lo propio por razones que sólo ella conocía y que a fuerza de callarlas le fueron rompiendo el corazón y quitando la alegría.
La última vez que compartí la mesa con Hena Corzo, fue hace unos meses, convalecía de una neumonía. Me sorprendió verla, estaba entera, coherente y alegre por tener a sus hijos con ella. Le encantaba reunir a sus hijos, eso la alegraba mucho.
Conocí a Hena Corzo, o Hena madre como solía referirme pues Hena hija es una de mis compinches favoritas y en ese tiempo andábamos pegadas de un lado a otro, primero por el trabajo, pues era mi jefa en el partido, y luego ya por gusto personal.
Hena hija siempre me hablaba de su madre, la mayor parte del tiempo bien, la admira muchísimo y me compartió una muy buena imagen de Hena Madre antes de conocerla. Fui testigo del amor con que cuidó siempre a su nieta, me contagié de su buen humor, y también de su parte medio oscura pues era ruda la mujer, muy ruda. No por eso, me encantaba, la admiraba y me prometía que mis hijas no pasarían por tanta penuria como ellas porque nosotras cada día entendemos más y más y las que nos aventamos el numerito de la maternidad tenemos buena escuela.
Hija del patriarcado despiadado, del que no dio concesiones nunca, enfrentó su vida con dignidad y con humor, como buena chiapaneca cultísima y gran narradora de historias. Se quedó pendiente su libro, lo íbamos a escribir juntas, la enfermedad se nos adelantó. Me duelen los hubiera cuando pienso en lo entretenido y sanador que hubiera sido para ambas.
Va este pequeño homenaje a ti y de paso a tus contemporáneas, mujeres que como tú estudiaron, trabajaron, y víctimas del amor romántico se casaron y tuvieron hijos, mujeres solitarias en el final de sus días, que no solas, para eso tuvieron hijos, constructoras de una sociedad que apenas empezaba a despertar de un largo letargo.
Hena era inteligente, terca, divertida, entretenida; pasión cuando habla de sus hijos y ternura cuando te cuenta alguna anécdota sobre sus nietas. Ligeramente megalómana, pero sin duda fuerte, muy fuerte, aferrada a la vida, luchó hasta el final por ella. Murió tranquila, sin mucho drama, lo cual es una lástima pues ella era una Diva, amante del teatro y de la autoadulación. Mujer de izquierda, ama de casa, lectora incansable hasta que su salud se lo permitió. Difícil, entretenida, como su nombre lo indica: MUJER. Descansa en paz.
La flaca de la esquina

27-04-2017

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