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jueves, 10 de febrero de 2011

Ahí les va una de brujas



Como siempre que me da por ponerme de ama de casa, y ante la necesidad de evadir mi responsabilidad histórica con algún fin justificado, fantaseo mientras limpio la casa, sólo que esta vez sí hago la tarea, y como no conozco otra manera más que el relato, para contarlo pues ahí les va el retrato de una amiga mía, la primera de las brujas que conocí hace años.
La conocí en los 80, soltera, dos hijas. En ese entonces mis conocimientos de metafísica se concretaban a los dogmas que aprendí de los Testigos de Jehová, ignoraba lo que era una chamana.
Se ostentaba orgullosa poseedora de dos licenciaturas: de arqueología en el INBA y otro en antropología, que contaba estudió en la ENA.
Como casi todos los antropólogos, al menos los que conozco, era muy descuidada en su vestir, poco coqueta, y como además trabajaba en el INBA, siempre con las manos ajadas, cabello corto, pantalones, poseedora de un encanto especial, morena, ojos color miel, con un cuerpo de mexicana de cuento de Mariano Azuela, que parece el libro vaquero de la época en que el mono ese escribía, alegre, como campanas de pueblo. Tenía una lengua peligrosa, de que odiaba a alguien, podía acabar con él en cuestión de segundos. O levantar a cualquiera a un pedestal sólo porque ella quería a esa persona.
Tenía una personalidad impresionante. Entramos en contacto porque nuestras hijas asistían a la misma guardería. La invité para el cumpleaños de la niña, y se presentó con sus hijas, que eran tres, unas gemelas y una tercera finada, de las gemelas sólo sobrevivió una, pero mi amiga decía siempre que las acompañaba a donde quiera que fuese.
Mi madre empezaría ese mismo año con síntomas de su enfermedad. Cuando llegó mi amiga le preguntó por el nombre de cada una y reclamó el nombre de la tercera, que en este caso era mi hija, acción que fue interpretada por mi amiga como que mamá podía ver más que nosotros, y había visto a su otra hija, es decir, la muerta, que las acompañaba a todos lados.
Para ser sincera, a mí me dio risa, en ese momento para mí la metafísica era una materia que estudiaban los flojos, los personajes de historias alemanas, en fin, nada más alejado. La única información sobre el tema estaba conformada por mi educación religiosa, la cual condenaba hasta su mención, por considerársele como llamar al mismísimo innombrable, así como en la película de moda, Harry Potter. Y por otro lado, el contacto que había hecho una hermana mía al trabajar para Esteban Mayo, quien presumía de sus dotes para manejar hipnotismo, astrología, vendía perfumes, amuletos, daba consultas y además era pederasta, en fin, que es materia de una historia completita, al menos esa fue la historia que mi hermana contó.
De manera que me reía mucho de esas cosas, pero en esos momentos, la cosa no estuvo para morirse de risa, ese día mi madre empeoró notablemente, o yo noté lo que estaba sucediendo. Al principio se lo oculté a mi amiga, quien siempre preguntaba por ella, empezamos a tratarnos y hacernos muy íntimas, conocí al resto de su familia. Eran, a mi modo de ver, una familia fascinantemente oscura, la hermana mayor, con dos títulos también, no entiendo qué hacía perdiendo el tiempo en una guardería. Que a decir verdad no perdía el tiemp, se empeñó en enseñarle a leer y escribir antes de los dos años a mi hija y lo logró. Tenía un buen método educativo. Las hermanas tenían una gran competitividad entre sí, alentada por el padre, que era un ser abominable, un anciano decrépito y necio. Vivía en una casa oscura, llena de papeles, de recuerdos bobos, sucia hasta el tope pues la madre tenía años enferma y los hijos eran mayores y sólo llegaban de paso, hacían más desmadre del que podían recoger y se marchaban dejándole un poco más de desmadre al padre, quien ahogaba su incapacidad para controlar la situación agrediéndolas y bebiendo lo más que se podía.
Mi amiga tendría unos cuarenta años entonces, y una alegría envidiable, daba gusto escuchar la pasión que ponía en todo aquello que la satisfacía, su trabajo, sus hijas, su amante casado, el orgullo con que hablaba de su época de estudiante, viviendo en la colonia Del Valle, que era otra cosa.
Tenía una forma de dirigirse a sí misma como una intelectual, le encantaba serlo, pero no por eso, siempre hablaba de sus ondas metafísicas, que para mí eran muy divertidas, pues ni a Carlos Castaneda conocía. Pero años después, cuando lo leí, me di cuenta que tenía mucho que ver lo que ella hablaba, aunque llegó a ello a través de otra vía, la de la chamanería indígena, y decidió dedicarse a ello aunque acomodándolo a su historia de vida. Me gusta mucho su forma de ser, me divertía enormemente, sólo que en ocasiones era muy pesado escucharla si no se le apreciaba o quería. Solía tener ratos muy oscuros, tenía una lengua mordaz, que se contraponía con el tono meloso que imponía a su habla.
Un día me confesó abiertamente sus intenciones de ser chamana, o bruja, pero al estilo indígena, me dio toda una cátedra sobre las ventajas de serlo y me dejó en las mismas, pues yo cerraba mis oídos al tema y me dedicaba a disfrutar la forma en que ella lo hablaba. Era muy divertida, me hacía reír muchísimo, siempre se estaba riendo de sí misma y del que tenía enfrente.
Nuestra amistad tiene años, nos dejábamos de ver y de nuevo nos veíamos, años pasaban sin que nos viésemos, pero siempre al menos una llamada telefónica. Siempre nuestra relación fue entrañable, cuando nos vemos platicamos horas y horas, y fumamos y comemos helado como locas, antes dejábamos a las niñas que hicieran lo que se les hinchara y nosotras nos platicábamos nuestras penas y nuestras alegrías. Ella platicaba anécdotas preciosas, recuerdo en especial una:
Durante el tiempo que trabajó en los trabajos de excavación en el centro, encontraron en el sótano piezas indígenas y todo ese rollo, entre otras cosas, en la casa, que había sido de un jerarca católico durante la época del virreinato, tenía cartas, joyas, cositas interesantes. Entre los objetos estaban cartas que el jerarca católico escribía para una amiga y las que ésta a su vez le escribía a él. Y resulta divertidísima la historia. Las del jerarca en cuestión son cartas encendidas de poesía y pasión, amor en su más cursi expresión. Las de ella en cambio, son para quejarse, para platicarle cosas escatológicas, sobre vómitos, heces, sustancias fétidas que de su cuerpo emanan. Mi amiga platicaba esa anéctoda con tal sabor que me hacía reír por horas, nunca vi las cartas, pero ni falta hacía, ella lo platicó de tal forma que sentí haberlas visto todas, era una excelente conversadora.
Acabaron los ochenta y llegaron los noventa, ya había dado mi primer lectura a Don Carlos, con su famoso libro de Las enseñanzas de Don Juan, pero no me había llamado la atención, sin embargo, la última vez que vi a mi amiga me convencí de que eran los mismos rollos, traté de confrontar ideas con ella y más o menos coincidía aunque en realidad el rollo de mi amiga estaba más enfocado a la onda indígena. Ambos me parecieron ahora sí interesantes, por las coincidencias. Más tarde, en los noventa, mi convicción sería que ella fue la primer bruja que encontré en mi vida.
Hace mucho que no sé de ella, pero sé que está bien, sus hijas eran magníficas, hermosas y mal criadas al máximo, su compañero un tonto, o un inteligente, según desde el ángulo. Ella lo adoraba, había sido su maestro y daba su vida por él, pero más por sus hijas, logró lo que quiso, tiene una casa para sus hijas, que era algo que le preocupaba mucho. Éstas le salieron estudiosas, lo cual la llenaba mucho, disponía de tiempo a veces para leer, dirigía un museo pequeño que ella misma montó en la casa esa rara del centro. Emprendedora, audaz, a veces hasta cínica, confiaba en poderes que todos tenemos pero que no nos atrevemos a retarlos a que nos sirvan en lugar de espantarlos.
Cada vez que siento que mi situación es mala pienso en ella, en su entereza y alegría para sacarle jugo a las desgracias. Muy pocas veces la vi llorar, y generalmente era cuando hablaba de su hija muerta, que era lo único que sí la quebraba, de ahí en fuera la recuerdo mordaz, sarcástica, bromista, inteligente y audaz. La verdad es que me enseñó mucho, fue, mi primera amiga de la edad adulta.
Hace algunos años que le perdí la pista, pero la llevo en mi corazón junto con muchas otras mujeres que como a Silvio, a mí también me estremecieron.

1 comentario:

  1. Siempre hemos estado rodeadas de mujeres impresionantes. Recuerdo su casa y curiosamente, las recuerdo a las tres, tiene al menos 15 años o más que no las vemos, y además las recuerdo así, como eran hace 25 años y es interesante porque no tengo demasiados recuerdos de esa época. Por cierto, que las acabo de buscar en fb y-... LAS ENCONTRE ;)

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