Cuando niña, había un lugar al que mamá nos prohibía ir
solos, el jagüey. Era un ojo de agua que estaba en las afueras del pueblo al que ella nos llevaba a menudo. Un remolino en el centro lo hacía
peligroso. De cualquier manera no imagino que alguien quisiese tomar un baño en
él, con el frío que hace en Tepeapulco.
Les platico lo anterior porque uno de los juegos cuando
íbamos, además de recoger los cucuruchitos y semillas de los árboles que
rodeaban el ojo de agua, mamá organizaba concursos de tirar piedras al agua.
Ganaba aquél que lograba expander más los círculos.
Hoy sé que aquello era algo muy didáctico, sólo que no tenía
edad para comprenderlo. Ni siquiera sé si mamá sabía su significado.
Mi vida siempre ha sido así, pasó de un círculo pequeño,
mamá, mi hermana y mi hermano, se agrandaba a ratos, cuando mis hermanas
casadas venían a vernos, y estaba aquél otro, el de los Testigos de Jehová, un
círculo más amplio. Las cosas permanecieron así hasta que cumplí once años,
entonces comencé a trabajar, en una maquiladora, nuevo círculo, el trabajo.
Al principio era fácil, los círculos no eran muy grandes y
podías saltar de uno a otro sin problema. Pero la vida sigue y los círculos
aumentan y cada vez se hacen más grandes y cada vez estás más lejos del de
origen.
A veces esto de los círculos no resulta tan divertido,
lógicamente te encuentras con gente que también ha ido saltando, algunos van
contigo de hecho, otros no, se quedaron en el primer, tercer o cuarto círculos,
pero como los círculos además van girando, igual te encuentras con ellos, te
sirven para recordar de dónde vienes, supongo.
A mí a veces me provocan nostalgia. Solía ser tan distinta. Me miro en el espejo y no me reconozco, por eso pego el salto a
cualquiera de los círculos de los que vengo, aunque nunca sea lo mismo,
el cambio, una vez realizado no acepta marcha atrás.
Y como no logra uno nunca vislumbrar cuál es el nuevo
círculo, tiene que dar el salto a ciegas, lo das y saz, estás en otro, supongo.
La verdad es que cuando he tenido problema con eso es porque me da miedo o
estoy muy cómoda en mi círculo. En general soy mucho más arriesgada siempre,
doy el salto y listo, me dejo caer, a veces aterrizo suavemente, otras de
narices, los daños han llegado a ser graves en ocasiones, pero siempre me
repongo y sólo me doy cuenta de que fue un salto cuando volteo a mi derecha y
veo los círculos anteriores.
El círculo en el que me encuentro es enorme, pasear
alrededor de él parece una tarea titánica, a veces la tentación de regresar a
aquel pequeño círculo donde sólo estaba mamá y tus hermanos es mucha, pero ese
se amplió contigo, ellos están en círculos, mamá en uno más amplio y tus
hermanos en el mismo tuyo. Tengo hermanos regados desde Alberta hasta
Tenosique, Tabasco, dos hijas que viven lejísimos de su servilleta, una en el Caribe y
otra en la Carmen Serdán, círculo que odio. Y no se diga amigos, andan regados
por todo el mundo.
El internet, la globalización, todo apunta a hacer el
círculo más y más amplio, tan grande como el mundo entero. Aunque a mi todavía
me provoca miedo muchas de las cosas que leo sobre el extranjero, lo mismo de
Europa que de Asia o África, no entiendo mucho. Ya bastante me ha costado
adaptarme a las costumbres e idiosincrasia de mi pueblo, miren que son variados.
Aunque si soy honesta, nunca me he adaptado del todo a ningún círculo.
Y como este escrito de sesuda reflexión devino en círculo vicioso, ahí le paro, era nada más un ejercicio para calentar motores y ponerme a trabajar en
serio.
Foto tomada de Taringa.net
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