Como siempre, si no lo escribo no
logro entenderlo, así pues recurro a una mutante de vuelta a la realidad.
Después de la madriza que me paré
trabajando el último mes en el congreso, se me hace obligado hacer reflexiones,
para ver si entendí la lección, si es que hay una, o hay que repetirme la
lección hasta el cansancio.
Ciertamente los seres humanos
somos muy difíciles 8re harto) no nos la acabamos cuando tenemos que trabajar
en equipo. No sé si es defecto del mexicano, no podría generalizar, jamás
trabajé en equipo fuera de mi familia, en donde aprendí a hacerlo.
Así pues dentro de mis
reflexiones está esa en primer lugar, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo
trabajar en equipo? Yo lo he hecho casi toda mi vida y es algo delicioso. Mi
familia es una gran diversidad de pensamientos, formas de ser, defectos,
virtudes, saberes, enfrentados algunos, aceptados todos ellos, a veces por las
razones equivocadas. Primera lección que aprendí de mi familia: tolerancia.
Hay un poema que me encanta, Casa
con dos puertas, se llama del cursi Enrique González Martínez, mamá me lo leía
cuando era niña y yo me imaginaba que un día todo lo que en él decían me
alcanzaría:
¡Oh, casa con dos puertas que es la mía,
casa del corazón vasta y sombría que he visto en el desfile de los años llena a veces de huéspedes extraños, y otras veces —las más—, casi vacía!... |
Así es la
vida, mutante, mas no por eso, al final a todos nos llega nuestro San Benito. Trato
de investigar si el mío llegó. Estoy triste, muy triste, y a la vez estoy muy
contenta, muy contenta. Ando en un viaje alucinante, tratando de procesar todo
lo que viví, sentí y aprendí, el mes pasado.
Y es que
hay tantas cosas que quisiésemos que nunca cambiaran y tantas otras que tenemos
necesidad de cambiar, o al menos eso le pasa a su servilleta.
Y cada
que me rompen el corazón en un intentode me digo a mí misma, no querida, tú
estás bien, son los otros, o a lo mejor
no, a lo mejor ellos están bien y no tú, y al final lo que menos importa es
quién está bien o mal, al menos hay que disfrutar el momento, plenamente, con
todo tu ser, decía un amigo: que valga la pena la madriza. De acuerdo.
No por
eso, cómo duele, cada hueso, cada poro, cada vez que respiras.
Tengo muy
fresco el momento en el cual me asaltaron en un taxi, fue una experiencia
alucinante, jamás me sentí tan segura como en ese momento de que moriría. Sé
que suena pretencioso pero la verdad es que no sentí miedo. Hubo un sentimiento
que me agobiaba: mis hijas habían llamado a la oficina durante una junta de trabajo
mía, problemas domésticos, la chiquita no quería dormirse, no me estén
chingando les dije a ambas y colgué furiosa y regresé a mi junta de trabajo.
Pues bien, con la cabeza entre las piernas y dos gorilas, uno a cada lado, sólo
podía pensar que les había dicho que no me estuvieran chingando, que lo último
que habían escuchado fue un no estén chingando. Jamás me he sentido tan
culpable como ese día. Me merecía lo que me estaba sucediendo, la peor muerte
del mundo.
Aprendí
mi lección y cambié mi lenguaje, mi forma de referirme a los otros. Había veces
que ni yo me toleraba hablando. Así pues ahora me refiero a las mujeres como
bonita, preciosa, mujer, compañera, con respeto; sea quien sea, mi hermana, mi
hija, mi amigo. Quienes me conocen bien y se han tomado la molestia de checarlo
y decírmelo dan fe de ello. Como también darán fe de que cuando me atacan o
siento que lo hacen dejo de ser tan amable. En general soy malísima recordando
un nombre pero jamás olvido un rostro, en especial uno sonriente.
Pues
bien, aquella noche fatal, otra de las cosas que resultó paradójica fue que
cuando me soltaron yo los bendije mil veces, y eso que soy rete atea, ni
hablar. Volvía a nacer. Otra oportunidad para hacer quién sabe qué chingaos que
me ha tenido preparado la vida desde que tenía once años y entré a trabajar en
la maquiladora al lado de mamá, pegando botones, cosiendo dobladillos, poniendo
estoperoles y demás chunches y aplicaciones en la ropa.
Casa que en los risueños
instantes de la vida, miró absorta
la fila interminable de los sueños,
de arribo fácil y de estancia corta...
¡Cuán raro fue el viador que en la partida
dejó, para los tránsitos futuros,
una hoguera encendida
en la piadosa puerta de salida
o una noble inscripción sobre los muros!
Los más dejaron, al fulgor incierto
de un prematuro ocaso,
algún jirón en el umbral desierto,
el alma errante de algún himno muerto
o un desgaste de piedras a su paso.
instantes de la vida, miró absorta
la fila interminable de los sueños,
de arribo fácil y de estancia corta...
¡Cuán raro fue el viador que en la partida
dejó, para los tránsitos futuros,
una hoguera encendida
en la piadosa puerta de salida
o una noble inscripción sobre los muros!
Los más dejaron, al fulgor incierto
de un prematuro ocaso,
algún jirón en el umbral desierto,
el alma errante de algún himno muerto
o un desgaste de piedras a su paso.
Mi vida
ha estado poblada de personajes, todos ellos maravillosos, desde mi familia,
cuyos integrantes necesitarían un libro cada uno de ellos para describirlos,
hasta cada uno de mis amigos, los de verdad, los de carne y hueso, los que he
conocido y tratado a lo largo de muchos años. Tengo gran cantidad de amigos que
conozco desde hace más de 30 años.
He
trabajado con algunos y disfruté enormemente hacerlo, aunque hubo cosas buenas
y malas en casi todas las ocasiones en que he trabajado con ellos, lo más
triste es cuando ves que tu compañera de lucha, de vida, de sueños, se empieza
a traicionar a sí misma porque se volvió adicta al dinero y al poder. Lo digo
en femenino pero me ha tocado en todos los géneros, homosexuales,
heterosexuales, machos, de otros no puedo hablar porque no los conozco bien así
que cualquier cosa que dijese de ellos sería alucine mío. Prefiero no hacerlo.
Sólo al silencio de la paz nocturna,
prende su lamparilla taciturna
huésped desconocido...
Y se pregunta mi inquietud cobarde
si es un cansado amor que llegó tarde
o es un viejo dolor que no ha salido.
Y aquí estoy, escuchando música, reflexionando sobre los viajes de poder, la envidia, los
celos, la familia, la sociedad, la propiedad privada, la solidaridad, la amistad, el sexo, tantas
cosas a la vez que nos dan forma, nos dan sustancia o nos la quitan, según el
caso.
Concluyo, me gusto, no quiero cambiar, me gusta enamorarme de lo que
hago. No puedo estar con alguien de quien no esté enamorada un poco al menos,
mis enamoramientos no tienen que ver con el género, dinero, color o nacionalidad
de mi interlocutor u objeto de enamoramiento. Admiro a la gente que se esfuerza por hacer su chamba
con alegría, en paz, y disfruta de lo que hace, se enamora de lo que hace, pone
pasión e inteligencia en lo que desea.
Por desgracia, pocos se conducen de tal modo, somos excepción en casi todas las sociedades, por eso amo a los artistas; la mayoría de los que he conocido son así, se aplican en hacer lo que les
gusta, le echan los kilos, no todos, por supuesto.
En fin, que al parecer las lecciones son muchas y variadas. Pero la
principal, la más valiosa con la que me quedo es que me gusto mucho y aunque no tengo razón no dejo de tenerla. Hago lo que me gusta y lo hago con pasión y bien, cuando no es así, lo hago mal y me odio por hacerlo mal, pero no puedo evitarlo. Soy y seré una diva mutante enamorada ante
todo de la vida.
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