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jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Suicidio?

¿Con que esto se siente? Me duele cada poro de la piel, cada músculo, mis vísceras son un amasijo de dolor y mi cerebro ni olvidó ni está mejor, sigo pensando en él apenas abro ojo y cerebro. Habrase visto, diría mi madre.
En realidad le estoy dando demasiada importancia al imbécil, la verdad es que había más, mucho más alrededor mío que de plano, ya me daba mucha hueva, tantas cosas por hacer, tanto mundo, y yo varada en esta relación absurda de la cual no sé si quiero escapar o no, pero debo.
Un doctor entra, a tirarme algún choro supongo, no tengo ganas de responder preguntas inútiles ni escuchar consejos que me sé de memoria, he consultado cuanto libro de autoayuda imaginé, he tomado pinche mil terapias. Mi mente se aleja cuando escucha el típico, ¿cómo estamos? ¿Estamos cabrón? Estoy, no veo que te hayan puesto ni una inyección recientemente, eso no importa,  yo me metí en este lío, lo sé, yo me lo cociné y me lo estoy tragando. No vengas de condescendiente conmigo, llévate tu falsa empatía para otra.
Cómo fue que sucedió todo. En parte era lo que había planeado y en parte no, fue un tanto fortuito. Había llegado a casa y su madre quien hacía un par de meses había fallecido, venía de  discutir una vez más con él, esta vez la había amenazado con cortarse las venas, tenía una navaja en las manos que por suerte tiró antes de tomarla por el cuello. Con lo loco que estaba la aterraba que cumpliera sus promesas. No, ella no iba a ir a dar a la cárcel porque el jijo éste siguiera empecinado en hacerle la vida de cuadritos, así que empezó a urdir el suicidio. El primer problema que se encontró en su casa fue el de sus animales, así que fue a la casa de su madre, quien había fallecido unos meses antes.
Llegó pasado el mediodía y dispuso todo, la cinta de aislar, los sedantes, etcétera. Calculaba que unas dos horas hubiese pasado todo. Desconectó la luz para que quien llegase y la prendiera no fuese a explotar. Y el doctor empecinado en sacar respuestas a un cerebro que viaja a años luz de aquel cuarto blanco como partes completas de su mente.
¿Dónde y cómo empezó todo? No recuerda, su memoria está fragmentada, es difícil saber cuáles recuerdos son reales y cuáles fruto de las medicinas. Como si se tratase de una matriushka, mil ellas salen una que contiene a otra, pero a diferencia de aquéllas, cada una es totalmente distinta a la otra. Sus oídos zumban. Debió matar al tipo y no andarse metiendo en estas pendejadas. Demasiado tarde, el daño está hecho.
No me da la gana contestarle doctor, estoy bien, pensando, necesito estar sola, no quiero ver a nadie, un tiempo a solas es todo lo que pido. Detrás de él esperan dos enfermeras para tomar muestras de sangre y amenazan con un plato de comida. Sólo de pensar en comida me atormenta la náusea.
--Todavía está bajo los efectos del gas, y los sedantes empeoraron la situación. –El doctor habla a un interlocutor invisible, es obvio que no es a las enfermeras. Te preguntas quién más está en el cuarto, si abres los ojos tu visión del ojo izquierdo está del todo deformada, todo lo que ves es un muro grisáceo de formas revueltas que se ciernen sobre ti. ¿Y si me quedé ciega de un ojo?, piensa. Entra en pánico; trata de respirar y recordar sus miles de clases de yoga, tai chi, psicodanza y cuanta pendejada a la cual recurrió tratando de aprender a estar bien a pesar de lo que a su alrededor pasaba. El chiste es aislarse, buscar ese puto en blanco en tu mente que permita refugiarte aunque sólo sea un segundo.
Amaranta vuelve a abrir los ojos, siente el cuerpo entero en llamas, intenta quitarse las mantas que la cubren pero el suero se lo impide. Una enfermera se acerca al escucharla moverse. ¿Está bien? ¿Necesita algo?
¿Qué si necesito algo? ¿No ve que estoy ardiendo en fiebre? ¿O sólo yo me doy cuenta? Interpreta mi silencio querida, ya sé que no puedo moverme pero podrías ser un poco más proactiva, quizá tomarme la temperatura. Ni hablar, hay que esperar al cambio de turno para que se den cuenta que estás ardiendo en fiebre. No les darás el gusto de decírselo. Aguanta la sed flaca.
La enfermera se inclina y le moja la boca con un algodón húmedo. Agradeces con la mirada. Parece que te entendió. ¿No quiere hablar? La entiendo, no se crea, yo también he estado a punto de mandar al carajo todo y cortarme las venas, con tanto problema por el que pasa una cuando es mujer, no en vano mamá lloraba cada que una mujer nacía en su familia. Mi madre también lloraba cuando había una mujer nueva en la  familia… La mujer habla y habla. Te haces la dormidar para librarte de ella, … lo mismo si nacía que si era por parte de mis hermanos, sabía que sus hijos no eran muy bien educados, siempre se disculpaba diciendo que les había hecho falta la figura paterna. Una lana es lo que les hizo falta, porque nalgadas les dio muchas nuestra vieja.
Qué sabe esta jovencita que te está dando sermones sobre el aguante, los hijos, la familia, a quién le importas. Que a Dios, dice la muy ilusa, no se ha enterado que no existe. Y si existiera, ya lo veo retepreocupado de las pendejadas que hago, o de la bola de mierda que todos traen cargando y con la cual contaminan todo a su paso.
Uno se lo cocina uno se lo traga, me dijo una vez una amiga médica, estudiante de psiquiatría, uno recibe el amor que se busca, así también te lo enseñó tu madre, ni más ni menos. Así es la vida, te repite y repite la lección hasta que la entiendas. O no, a veces se supone que entiendes a la primera y entonces como eres un alma o espíritu viejo te llama a su lado. No sé de dónde saco tanta pendejada, siempre pensando estupideces. Dejando lo importante de lado.
Necesitas silenciar tu mente un rato, no puedes permanecer mucho tiempo aquí. Vete a saber quién esté pagando, si él, si tu hermana o alguna amiga. Tu hermana y tu mejor amiga han estado al pie del cañón, vienen dos veces a la semana, te hablan de cualquier cosa, no lo mencionan. Eso en realidad no te importa, a partir de que te dormiste ya no hubo más que el zumbido que te atormenta noche en día como soundtrack de mil imágenes de tu vida que desfilan.
¿Por qué habrías de no querer vivir? ¿En verdad fuiste capaz de idear el cómo, el cuándo y el dónde? No recuerdas haber tenido tanta cordura en años, dos por lo menos. Y precisamente ese día que él había tratado de matarte, hubiera sido más fácil dejar que él lo hiciera, ¿qué no? Hay una laguna de horas que no recuerdas entre que saliste de tu casa hacia casa de tu madre, no recuerdas nada, insultos, gritos, golpes, las manos de él apretándose alrededor de tu cuello. Corte a tú en casa de tu madre tomando unas pastillas para tranquilizarte. Según tú era tu madre quien te las daba, así de mal andabas. Ahí estás tú pensando noche y día todas estas tonterías. Por eso has guardado ese obstinado silencio, si no hay nada que decir que valga la pena, para qué decirlo, y si les dijera me atarían y llevarían al psiquiátrico aunque como nadie menciona nada crees que es ahí donde estás.
Es muy molesto el aire que ha adoptado la gente. Unos son muy melosos, te tratan como a retrasada mental, otros tratan de ser animosos y caen en lo vulgar. Tienes la sensación de que  tu madre vino, pero en realidad sabes que sueñas, ella murió hace meses, aunque hoy sí, alguien vino, en realidad no tienes idea porque tu cuerpo y tu mente andan en regiones distintas. Será mejor tratar de poner en blanco la primera.
Entro en el silencio y escucho, recuerdas un mantra que aprendiste cuando tuviste otra crisis y fuiste a dar a una de esas terapias de quiérete a ti misma. Eso es lo que querías en realidad cuando te tomaste las pastillas. No puedes recordar en qué momento las tomaste, todo ese día está en el limbo. ¿A qué hora me desperté? A quién llamé. Aunque últimamente te has apartado del mundo y no le llamas a nadie. Era una manera de dejar de sentirte mal, antes lo hacías porque pensabas que a alguien le podría importar dónde andabas y después porque servía para que él te rastreara y cuestionara, porque sí, la verdad sí le mentías a cada paso, era una manera de evitar que se enojara. Tonta de mí, como si algo hubiese podido evitar que se enojara. A ratos dudas que los demás hayan venido, tal vez son sólo recuerdos que andan desbalagados por su mente y no han venido, no tienen en realidad por qué, ¿cómo habrían de enterarse, ni que fueras la mujer del año o la modelo del día. ¿A quién puedes importarle?
Muy poco sensato, dijo el doctor en su larga perorata el otro día. Ella nunca había sido sensata, pero llegar a esto, qué imbécil, debió matar al tipo, era mucho más fácil. Lo último que recuerda es el pensar hacerlo, ya la tenía harta. Pero le habían advertido que el mayor número de presas que mataron a su marido fue en defensa propia y se los cobran como si los pendejos valieran la pena. De pronto te sorprendes pensando como ellos. Que se los cojan a todos, piensas. ¿Así o más machista? Planeas las más dolorosas venganzas. Pero ella esta vez no pensaba mucho, había estado muy cerca, no sabe qué lo hizo aflojar porque ella estaba defendiéndose con todo y él apretaba y apretaba. De pronto fue como si apagaran la luz y te entregaste a la sensación, te dejaste ir y fue cuando él debe haber parado. Cuando abriste los ojos estabas muy golpeada, golpes que no recuerdas cuándo ni cómo te dio porque todo lo que recuerdas son sus manos alrededor de tu cuello.
Por fin entendieron y retiraron al medicucho ese que me caía gordo, en su lugar viene ahora una mujer de rostro bello y amable, me gusta, no le contesto tampoco pero la apruebo con la mirada. No la escucho mucho, su voz es dulce y sedante y me gusta escucharla, aunque la verdad habla poco. Toma notas y notas.
En lo que a ti concierne que se los cojan a todos, que te dejen en paz, no hay de qué hablar, no hay a qué darle la vuelta. Todo fue un lamentable accidente, un mal viaje, una pésima decisión. No recuerdas ni quieres recordar cómo llegaste a una conclusión tan estúpida. Pero el miedo nos hace actuar de maneras extrañas siempre.
Recuerdas a la amiga que se lió a golpes con un ladrón por su cartera. Te pusiste furiosa porque ella se había expuesto de esa manera innecesaria. Era su quincena, la comida de sus hijas, dijo. Le prestaste una lana y la mandaste regañada a su casa. No se valía, tenía a sus chamaquitas y debía ser más prudente. No es hacerte el paro, tú ya eres grande, ya no son chamaquitas, ese rol lo jugaste convencida y sin duda lo disfrutaste hasta el tuétano, como disfrutas las cosas, con todo.
Las memorias y las culpas se revuelven en tu cerebro una vez más. Sientes haber exagerado siempre, te gustaba dramatizar, la verdad es que desde que saliste de casa en realidad tu vida era demasiado aburrida comparada con los primeros 16 en casa de tus padres. Cualquier cosa era más tranquila, más aburrida, más predecible.
Al principio era el enojo lo que la hacía callar. Pero con el paso de los días, meses horas (en realidad no sabes cuántos pues pasas de dormir y soñar a sufrir o gozar según sea el caso de las visitas que vienen a “animarla”). Los sueños e historias se mezclan, hay enormes lagunas en tu cabeza y estás convencida que son las medicinas que te están dando. De vez en cuando te dan alguna que te pone medio eufórica, pero en realidad tienes el temor de que cuando por fin decidas hacerlo, cuando decidas hablar, te vacíes, en sueños te has visto abriendo la boca y expulsando un torrente de río personas, dioses, animales, flores, frutos, árboles, ríos mares, como si cada que intentases hablar todo ese universo caótico que hay en tu mente se congregase para salir corriendo como hace la gente en el metro. O lo que es peor, qué tal que ya no eres tú, tu voz es otra, tus palabras cambiaron, en realidad ya no te sientes la misma, eso te llevaría a otra vez reinventarte, a ser algo, alguien, una ciudadana más que la sociedad, la sociología, la antropología juntas puedan encontrarle un sitio adecuado en el cual desarrollarse. Pura mierda, piensas. Lo mismo que la religión, el Estado, todo se resume a lo mismo. Una lana para sostenerte al menos y un trabajo “seguro” que a tus años es muy peligroso no tenerlo.
Vivir bien y vivir el presente al máximo, esa era la premisa con la que te conducías, hacía rato que la habías hecho a un lado, ni tú misma te reconocías los últimos periodos. Urgía un rescate de sí misma, pues de él la única manera era matándolo. Y a ti te faltaba valor y odio para hacerlo. Equivocarse se vale, pero ¿cuánto podemos quedarnos sosteniendo algo así? Esta doctora sabe de lo que habla. Al menos me entiende mejor que el otro.
Y ni a quién encomendarse o culpar por tu situación, tu cerebro, siempre que lo consultas, dice que la única que puede cambiar la situación es ella y ella sólo veía dos salidas. El terror nos ciega mucho, piensa, tratando de no culparse tanto. A veces se pasaba de necia, con tal de seguir la fantasía, no había golpe, insulto, brazo, muñeca, jeringa, pastilla que lograse convencerla de lo contrario, ella sólo podía controlarse a sí misma, controlar sus actos, su pensamiento. Sola, en la soledad autoimpuesta, porque le daba vergüenza lo que estaba sucediendo.
Lo que menos quería en esos días era llamar la atención de nadie, la vergüenza era infinita, esa vergüenza que le impedía siquiera imaginarse pidiendo ayuda para una cosa como ésta. Hacía meses que andabas transparente, etérea, procurando no llamar la atención en lo más mínimo, sentías que traías un letrero en el pecho. Y te daba miedo que una vez que empezases a hablar las palabras no pudiesen ya dejar de salir.
Y ahí estás viviendo ambos mundos, sin controlar ninguno, intentando ser “honesta”, y “congruente”. Como si la vida te lo permitiera, no hay manera. Te cambia la jugada a cada paso y hay que reaccionar y seguir la ola porque si no, tragarás agua con sal hasta vomitar. Así que flojita y cooperando, eso sí, unas clases de natación no estarían mal. Hay tanto por aprender, tanto que entender, y tienes ya cuarenta años y no logras entender nada, y pronto será demasiado tarde para haber entendido algo, y por eso fue que te hartaste.
Tu hermana hoy por fin lo mencionó, dijo que ya está en la cárcel, le van a poner una restricción de espacio o algo así, el caso es que se lo lleva la fregada igual, cometió el error de dejar marcas en mi cuello y moretones en los brazos. Es que me defendí con todo, esta vez se le pasó la mano. La policía asumió por los moretones que trató de matarme y simular el suicidio. Me parece bien, yo no pienso decir nada por un rato, de que trató de matarme, lo hizo, yo calladita me veo más bonita, no vaya a ser que se me salga un torrente de palabras necias.
Ya entendí que era el miedo a decirle a él las cosas. Inconscientemente pensaba que podía matarlo con mis palabras. O lograr ahpora sí suicidarme. No hay necesidad. Todo está bien, puedo seguir adelante, tengo suficiente fuerza. La doctora me invitó a un grupo de autoayuda. Lo voy a intentar.

Mi ánimo mejora día a día. Ayer hablé largo y tendido con la doctora. Pronto saldré de nuevo a mi casa. Me apoyó por completo en todas mis decisiones. Se lo agradezco. Y contrario a lo que pensé no hubo torrentes de palabras, no hubo ríos de dolor ni de sufrimiento. Me encuentro tranquila y lista para lo que sigue.

Iba a describirlo minuciosamente todo, pero para qué. Un mal viaje, una temporada de dejarte convencer de que no vales la pena. Punto final; a lo nuevo, a vivir a tope como siempre quisiste hacerlo y lo has hecho. 

En cuanto a él, es verdad que la vida nos pone siempre a cada uno en el lugar que nos corresponde.


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