¿Con que esto se siente? Me duele cada poro de la piel, cada
músculo, mis vísceras son un amasijo de dolor y mi cerebro ni olvidó ni está
mejor, sigo pensando en él apenas abro ojo y cerebro. Habrase visto, diría mi
madre.
En realidad le estoy dando demasiada importancia al imbécil,
la verdad es que había más, mucho más alrededor mío que de plano, ya me daba
mucha hueva, tantas cosas por hacer, tanto mundo, y yo varada en esta relación
absurda de la cual no sé si quiero escapar o no, pero debo.
Un doctor entra, a tirarme algún choro supongo, no tengo
ganas de responder preguntas inútiles ni escuchar consejos que me sé de
memoria, he consultado cuanto libro de autoayuda imaginé, he tomado pinche mil
terapias. Mi mente se aleja cuando escucha el típico, ¿cómo estamos? ¿Estamos
cabrón? Estoy, no veo que te hayan puesto ni una inyección recientemente, eso
no importa, yo me metí en este lío, lo
sé, yo me lo cociné y me lo estoy tragando. No vengas de condescendiente
conmigo, llévate tu falsa empatía para otra.
Cómo fue que sucedió todo. En parte era lo que había
planeado y en parte no, fue un tanto fortuito. Había llegado a casa y su madre quien
hacía un par de meses había fallecido, venía de
discutir una vez más con él, esta vez la había amenazado con cortarse
las venas, tenía una navaja en las manos que por suerte tiró antes de tomarla
por el cuello. Con lo loco que estaba la aterraba que cumpliera sus promesas.
No, ella no iba a ir a dar a la cárcel porque el jijo éste siguiera empecinado
en hacerle la vida de cuadritos, así que empezó a urdir el suicidio. El primer
problema que se encontró en su casa fue el de sus animales, así que fue a la
casa de su madre, quien había fallecido unos meses antes.
Llegó pasado el mediodía y dispuso todo, la cinta de aislar,
los sedantes, etcétera. Calculaba que unas dos horas hubiese pasado todo. Desconectó
la luz para que quien llegase y la prendiera no fuese a explotar. Y el doctor
empecinado en sacar respuestas a un cerebro que viaja a años luz de aquel
cuarto blanco como partes completas de su mente.
¿Dónde y cómo empezó todo? No recuerda, su memoria está
fragmentada, es difícil saber cuáles recuerdos son reales y cuáles fruto de las
medicinas. Como si se tratase de una matriushka, mil ellas salen una que
contiene a otra, pero a diferencia de aquéllas, cada una es totalmente distinta
a la otra. Sus oídos zumban. Debió matar al tipo y no andarse metiendo en estas
pendejadas. Demasiado tarde, el daño está hecho.
No me da la gana contestarle doctor, estoy bien, pensando,
necesito estar sola, no quiero ver a nadie, un tiempo a solas es todo lo que
pido. Detrás de él esperan dos enfermeras para tomar muestras de sangre y
amenazan con un plato de comida. Sólo de pensar en comida me atormenta la náusea.
--Todavía está bajo los efectos del gas, y los sedantes
empeoraron la situación. –El doctor habla a un interlocutor invisible, es obvio
que no es a las enfermeras. Te preguntas quién más está en el cuarto, si abres
los ojos tu visión del ojo izquierdo está del todo deformada, todo lo que ves
es un muro grisáceo de formas revueltas que se ciernen sobre ti. ¿Y si me quedé
ciega de un ojo?, piensa. Entra en pánico; trata de respirar y recordar sus
miles de clases de yoga, tai chi, psicodanza y cuanta pendejada a la cual
recurrió tratando de aprender a estar bien a pesar de lo que a su alrededor
pasaba. El chiste es aislarse, buscar ese puto en blanco en tu mente que
permita refugiarte aunque sólo sea un segundo.
Amaranta vuelve a abrir los ojos, siente el cuerpo entero en
llamas, intenta quitarse las mantas que la cubren pero el suero se lo impide.
Una enfermera se acerca al escucharla moverse. ¿Está bien? ¿Necesita algo?
¿Qué si necesito algo? ¿No ve que estoy ardiendo en fiebre? ¿O
sólo yo me doy cuenta? Interpreta mi silencio querida, ya sé que no puedo
moverme pero podrías ser un poco más proactiva, quizá tomarme la temperatura.
Ni hablar, hay que esperar al cambio de turno para que se den cuenta que estás
ardiendo en fiebre. No les darás el gusto de decírselo. Aguanta la sed flaca.
La enfermera se inclina y le moja la boca con un algodón
húmedo. Agradeces con la mirada. Parece que te entendió. ¿No quiere hablar? La
entiendo, no se crea, yo también he estado a punto de mandar al carajo todo y
cortarme las venas, con tanto problema por el que pasa una cuando es mujer, no
en vano mamá lloraba cada que una mujer nacía en su familia. Mi madre también
lloraba cuando había una mujer nueva en la
familia… La mujer habla y habla. Te haces la dormidar para librarte de
ella, … lo mismo si nacía que si era por parte de mis hermanos, sabía que sus
hijos no eran muy bien educados, siempre se disculpaba diciendo que les había
hecho falta la figura paterna. Una lana es lo que les hizo falta, porque nalgadas
les dio muchas nuestra vieja.
Qué sabe esta jovencita que te está dando sermones sobre el
aguante, los hijos, la familia, a quién le importas. Que a Dios, dice la muy
ilusa, no se ha enterado que no existe. Y si existiera, ya lo veo
retepreocupado de las pendejadas que hago, o de la bola de mierda que todos
traen cargando y con la cual contaminan todo a su paso.
Uno se lo cocina uno se lo traga, me dijo una vez una amiga
médica, estudiante de psiquiatría, uno recibe el amor que se busca, así también
te lo enseñó tu madre, ni más ni menos. Así es la vida, te repite y repite la
lección hasta que la entiendas. O no, a veces se supone que entiendes a la
primera y entonces como eres un alma o espíritu viejo te llama a su lado. No sé
de dónde saco tanta pendejada, siempre pensando estupideces. Dejando lo
importante de lado.
Necesitas silenciar tu mente un rato, no puedes permanecer
mucho tiempo aquí. Vete a saber quién esté pagando, si él, si tu hermana o
alguna amiga. Tu hermana y tu mejor amiga han estado al pie del cañón, vienen
dos veces a la semana, te hablan de cualquier cosa, no lo mencionan. Eso en
realidad no te importa, a partir de que te dormiste ya no hubo más que el
zumbido que te atormenta noche en día como soundtrack de mil imágenes de tu
vida que desfilan.
¿Por qué habrías de no querer vivir? ¿En verdad fuiste capaz
de idear el cómo, el cuándo y el dónde? No recuerdas haber tenido tanta cordura
en años, dos por lo menos. Y precisamente ese día que él había tratado de
matarte, hubiera sido más fácil dejar que él lo hiciera, ¿qué no? Hay una
laguna de horas que no recuerdas entre que saliste de tu casa hacia casa de tu
madre, no recuerdas nada, insultos, gritos, golpes, las manos de él apretándose
alrededor de tu cuello. Corte a tú en casa de tu madre tomando unas pastillas
para tranquilizarte. Según tú era tu madre quien te las daba, así de mal
andabas. Ahí estás tú pensando noche y día todas estas tonterías. Por eso has
guardado ese obstinado silencio, si no hay nada que decir que valga la pena,
para qué decirlo, y si les dijera me atarían y llevarían al psiquiátrico aunque
como nadie menciona nada crees que es ahí donde estás.
Es muy molesto el aire que ha adoptado la gente. Unos son
muy melosos, te tratan como a retrasada mental, otros tratan de ser animosos y
caen en lo vulgar. Tienes la sensación de que tu madre vino, pero en realidad sabes que
sueñas, ella murió hace meses, aunque hoy sí, alguien vino, en realidad no
tienes idea porque tu cuerpo y tu mente andan en regiones distintas. Será mejor
tratar de poner en blanco la primera.
Entro en el silencio y escucho, recuerdas un mantra que
aprendiste cuando tuviste otra crisis y fuiste a dar a una de esas terapias de
quiérete a ti misma. Eso es lo que querías en realidad cuando te tomaste las
pastillas. No puedes recordar en qué momento las tomaste, todo ese día está en
el limbo. ¿A qué hora me desperté? A quién llamé. Aunque últimamente te has
apartado del mundo y no le llamas a nadie. Era una manera de dejar de sentirte
mal, antes lo hacías porque pensabas que a alguien le podría importar dónde
andabas y después porque servía para que él te rastreara y cuestionara, porque
sí, la verdad sí le mentías a cada paso, era una manera de evitar que se
enojara. Tonta de mí, como si algo hubiese podido evitar que se enojara. A ratos
dudas que los demás hayan venido, tal vez son sólo recuerdos que andan
desbalagados por su mente y no han venido, no tienen en realidad por qué, ¿cómo
habrían de enterarse, ni que fueras la mujer del año o la modelo del día. ¿A
quién puedes importarle?
Muy poco sensato, dijo el doctor en su larga perorata el
otro día. Ella nunca había sido sensata, pero llegar a esto, qué imbécil, debió
matar al tipo, era mucho más fácil. Lo último que recuerda es el pensar
hacerlo, ya la tenía harta. Pero le habían advertido que el mayor número de
presas que mataron a su marido fue en defensa propia y se los cobran como si
los pendejos valieran la pena. De pronto te sorprendes pensando como ellos. Que
se los cojan a todos, piensas. ¿Así o más machista? Planeas las más dolorosas
venganzas. Pero ella esta vez no pensaba mucho, había estado muy cerca, no sabe
qué lo hizo aflojar porque ella estaba defendiéndose con todo y él apretaba y
apretaba. De pronto fue como si apagaran la luz y te entregaste a la sensación,
te dejaste ir y fue cuando él debe haber parado. Cuando abriste los ojos
estabas muy golpeada, golpes que no recuerdas cuándo ni cómo te dio porque todo
lo que recuerdas son sus manos alrededor de tu cuello.
Por fin entendieron y retiraron al medicucho ese que me caía
gordo, en su lugar viene ahora una mujer de rostro bello y amable, me gusta, no
le contesto tampoco pero la apruebo con la mirada. No la escucho mucho, su voz
es dulce y sedante y me gusta escucharla, aunque la verdad habla poco. Toma
notas y notas.
En lo que a ti concierne que se los cojan a todos, que te
dejen en paz, no hay de qué hablar, no hay a qué darle la vuelta. Todo fue un
lamentable accidente, un mal viaje, una pésima decisión. No recuerdas ni
quieres recordar cómo llegaste a una conclusión tan estúpida. Pero el miedo nos
hace actuar de maneras extrañas siempre.
Recuerdas a la amiga que se lió a golpes con un ladrón por
su cartera. Te pusiste furiosa porque ella se había expuesto de esa manera
innecesaria. Era su quincena, la comida de sus hijas, dijo. Le prestaste una
lana y la mandaste regañada a su casa. No se valía, tenía a sus chamaquitas y
debía ser más prudente. No es hacerte el paro, tú ya eres grande, ya no son
chamaquitas, ese rol lo jugaste convencida y sin duda lo disfrutaste hasta el
tuétano, como disfrutas las cosas, con todo.
Las memorias y las culpas se revuelven en tu cerebro una vez
más. Sientes haber exagerado siempre, te gustaba dramatizar, la verdad es que
desde que saliste de casa en realidad tu vida era demasiado aburrida comparada
con los primeros 16 en casa de tus padres. Cualquier cosa era más tranquila,
más aburrida, más predecible.
Al principio era el enojo lo que la hacía callar. Pero con
el paso de los días, meses horas (en realidad no sabes cuántos pues pasas de
dormir y soñar a sufrir o gozar según sea el caso de las visitas que vienen a
“animarla”). Los sueños e historias se mezclan, hay enormes lagunas en tu
cabeza y estás convencida que son las medicinas que te están dando. De vez en
cuando te dan alguna que te pone medio eufórica, pero en realidad tienes el
temor de que cuando por fin decidas hacerlo, cuando decidas hablar, te vacíes, en
sueños te has visto abriendo la boca y expulsando un torrente de río personas,
dioses, animales, flores, frutos, árboles, ríos mares, como si cada que
intentases hablar todo ese universo caótico que hay en tu mente se congregase
para salir corriendo como hace la gente en el metro. O lo que es peor, qué tal
que ya no eres tú, tu voz es otra, tus palabras cambiaron, en realidad ya no te
sientes la misma, eso te llevaría a otra vez reinventarte, a ser algo, alguien,
una ciudadana más que la sociedad, la sociología, la antropología juntas puedan
encontrarle un sitio adecuado en el cual desarrollarse. Pura mierda, piensas.
Lo mismo que la religión, el Estado, todo se resume a lo mismo. Una lana para
sostenerte al menos y un trabajo “seguro” que a tus años es muy peligroso no
tenerlo.
Vivir bien y vivir el presente al máximo, esa era la premisa
con la que te conducías, hacía rato que la habías hecho a un lado, ni tú misma
te reconocías los últimos periodos. Urgía un rescate de sí misma, pues de él la
única manera era matándolo. Y a ti te faltaba valor y odio para hacerlo.
Equivocarse se vale, pero ¿cuánto podemos quedarnos sosteniendo algo así? Esta
doctora sabe de lo que habla. Al menos me entiende mejor que el otro.
Y ni a quién encomendarse o culpar por tu situación, tu
cerebro, siempre que lo consultas, dice que la única que puede cambiar la
situación es ella y ella sólo veía dos salidas. El terror nos ciega mucho, piensa,
tratando de no culparse tanto. A veces se pasaba de necia, con tal de seguir la
fantasía, no había golpe, insulto, brazo, muñeca, jeringa, pastilla que lograse
convencerla de lo contrario, ella sólo podía controlarse a sí misma, controlar
sus actos, su pensamiento. Sola, en la soledad autoimpuesta, porque le daba
vergüenza lo que estaba sucediendo.
Lo que menos quería en esos días era llamar la atención de
nadie, la vergüenza era infinita, esa vergüenza que le impedía siquiera
imaginarse pidiendo ayuda para una cosa como ésta. Hacía meses que andabas
transparente, etérea, procurando no llamar la atención en lo más mínimo,
sentías que traías un letrero en el pecho. Y te daba miedo que una vez que
empezases a hablar las palabras no pudiesen ya dejar de salir.
Y ahí estás viviendo ambos mundos, sin controlar ninguno,
intentando ser “honesta”, y “congruente”. Como si la vida te lo permitiera, no
hay manera. Te cambia la jugada a cada paso y hay que reaccionar y seguir la
ola porque si no, tragarás agua con sal hasta vomitar. Así que flojita y
cooperando, eso sí, unas clases de natación no estarían mal. Hay tanto por
aprender, tanto que entender, y tienes ya cuarenta años y no logras entender
nada, y pronto será demasiado tarde para haber entendido algo, y por eso fue
que te hartaste.
Tu hermana hoy por fin lo mencionó, dijo que ya está en la
cárcel, le van a poner una restricción de espacio o algo así, el caso es que se
lo lleva la fregada igual, cometió el error de dejar marcas en mi cuello y
moretones en los brazos. Es que me defendí con todo, esta vez se le pasó la
mano. La policía asumió por los moretones que trató de matarme y simular el
suicidio. Me parece bien, yo no pienso decir nada por un rato, de que trató de
matarme, lo hizo, yo calladita me veo más bonita, no vaya a ser que se me salga
un torrente de palabras necias.
Ya entendí que era el miedo a decirle a él las cosas. Inconscientemente pensaba que podía matarlo con mis palabras. O lograr ahpora sí suicidarme. No hay necesidad. Todo está bien, puedo seguir adelante, tengo suficiente fuerza. La doctora me invitó a un grupo de autoayuda. Lo voy a intentar.
Mi ánimo mejora día a día. Ayer hablé largo y tendido con la doctora.
Pronto saldré de nuevo a mi casa. Me apoyó por completo en todas mis
decisiones. Se lo agradezco. Y contrario a lo que pensé no hubo torrentes de
palabras, no hubo ríos de dolor ni de sufrimiento. Me encuentro tranquila y
lista para lo que sigue.
Iba a describirlo minuciosamente todo, pero para qué. Un mal
viaje, una temporada de dejarte convencer de que no vales la pena. Punto final;
a lo nuevo, a vivir a tope como siempre quisiste hacerlo y lo has hecho.
En cuanto a él, es verdad que la vida
nos pone siempre a cada uno en el lugar que nos corresponde.
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