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miércoles, 28 de marzo de 2012

Bailemos flaquito


Recorrí Coyoacán. Quería provocar un encuentro. Recordé aquellos días sentados en cualquier banca comiendo tamales y atole después de una sesión de mucho amor y sexo, viendo a las palomas alimentarse y tratando de descifrar las señales que se dan para emprender el vuelo.

Sabía perfectamente que encontrarte era imposible y, sin embargo, en mí crecía esta necesidad urgente de sentir que amo y creo en algo, que pertenezco a algún sitio. Fue inútil, Coyoacán era extraño, quizá tan extraño como extraña soy, como extraña fue la relación que tuvimos.

Un día nuevo que surge de la oscuridad y nos va inundando con su luz que obliga a la sangre a entrar en actividad. La mía hace rato que no tiene mucha. La aurora, el amanecer, el despertar del monstruo. Se apagan los grillos, dan paso a los timbres, el gallo se mezcla con una sirena de ambulancia, la campana de la iglesia le hace segunda a la de la basura, aire fresco, los gritos de un tipo ofreciendo gas, ruidos, autos, motos, camiones todo en esta ciudad es siempre movimiento.

Vagamos por la plaza de la solidaridad. Parecía domingo de alameda en pueblo. Día de muertos, es tu cumpleaños; había una ofrenda para los muertos en el temblor. Caminamos largo rato juntos, dimos no sé cuántas vueltas. Después de largo rato dijiste: ¿Es concurso o qué? Reímos de la cantidad de gente que habíamos saludado. Tengo la sospecha que a mí a menudo me confundían con alguien, venía de una etapa de chamanismo involuntario y mutaba a la menor provocación. Esa noche, tú y yo solos, cada uno en su casa, evitando el quedarse quieto un momento, hablando por teléfono mientras trabajábamos. Arreglando la situación del país, planes, grilla, chistes, cuentos, poco, muy poco de nosotros.

Prendo un toque, te pienso. Es la música, es el olor, la luna, la medianoche, las ganas insatisfechas. Es la atmósfera del baño del "Luc",* el olor a flores marchitas de la cocaína que sale del compartimiento al lado, es aquél mocoso que intenta desde hace largo rato abrazarme o pegar su cuerpo al mío. Tu amigo Lalo acosándome, y yo diciendo no. De nuevo fracasé en el intento, no estás, no logro ubicarte, me da vergüenza preguntar. Fumo... Sólo así.

Una vez más solos cada uno en su departamento, sin querer parar. Viendo siempre al frente, prohibido voltear, aquél que se atreva a hacerlo corre el peligro de convertirse en estatua. Y yo no puedo evitarlo, siempre he de mirar atrás.

El norte, la banda: la Pata, el Fredy, el Brujo, el Tigre, el Campeón. Rompe el alba. Hay que caminar.

–¿Qué onda, qué haciendo? Se te ve fatal.
–Aquí nomás Campeón, voy a conectar un son.
–El Tigre tenía, ¿vamos?
–Va, sirve que pasamos a casa del Brujo y le pedimos que nos deje dárnoslo en su casa.
–¿Qué pasó hijo?
–Se están madreando al Burro.
–No mames, ¿quién?
–La tira, hay apañón.
Sigue de frente, camina, no te detengas, hay que seguir de frente, no voltear, si volteas te conviertes en estatua de sal.

Ya es mediodía Flaquito, el sol, el gato y su servilleta en la banqueta. Coyoacán, la plaza, los Bigotes de Villa, mi vestido blanco, tu mano, los meseros guapísimos, tú guapísimo. Había muchos gatos en aquel restaurante, eso trajo a mi memoria la casa con gatos y llena de libros de Monsiváis a la una vez fuimos juntos, no recuerdo a qué.

La locura ronda, pulula, está en todas partes, flota en el metro, las azoteas, el tráfico, las caras, el viento... Intento sobrevivir a la soledad, a mi propia opresión, las casas, los edificios, los jardines públicos, el metro, el tráfico, los perros en la calle, la locura está en todas partes... más sola que una chinche en un condominio de Las Lomas, con la única premisa de sobrevivir.

Despierto en la oscuridad y te pienso, recuerdo cada parte de su cuerpo desnudo. ¡Cómo te amo mi Flaco!, en la efervescencia del movimiento, del cual me recetas una y mil veces cuál es su razón de ser. Amo tu rostro, tu figura iluminada como sol, colibrí, arcoiris, estrella, pájaro, tú, en la lejanía estás ahí, como madrugada sonriendo, revives, te aíslas, viajas, afuera no existes; eres sólo una canción girando en la tornamesa.

Estoy aquí viviendo en nuestro Coyoacán. El Miedo. Tengo miedo; el año amaneció con miedo, la gente tiene miedo, el gobierno tiene miedo pero capitaliza el miedo de la gente; una vez más perdimos, flaquito. Mi hija de cuatro años, a la pregunta de por quién vas a votar contesta: por la paz. Luego, la hecatombe.

El callejón deformado por el toque, mis carnales en la pinta, tengo miedo, no sé porqué no quiero ser todo esto, no sé porqué estoy aquí. No sé porqué a veces, me da tanto miedo vivir.

En vez de Bigotes tenemos un Sánborns, escojo el Parnaso, éste está lleno de viejitos. Trovadores desfilan pidiendo dinero mientras intento tomar un café y leer. Juego a que te espero. Alguien toca mi espalda, brinco:

–Cómpreme un santito –dice mientras me muestra una estampa de San Antonio.
–No señora, gracias.
–Es muy milagroso.
–No tengo dinero.
–No importa, quédate con ella.

Me recomienda que lo ponga de cabeza; ni madres, si acaso voy a alfiletearlo, a ver si así me deja de hacer milagritos.

Y mi músico qué pensará... Semanas consiguiendo chamba y él, todo el día echado y nosotros muriéndonos de hambre, consigo una tocada y no va. Que se perdió, dice el muy cabrón.

–Siete cervezas y dos cocas.
–¡Sueñan! ¿Quién me va a pagar?
–Aquí tienes cinco mil pesos, ahí luego te damos el resto.
–¿Me ves la cara de güey o qué?
El ligue está grueso, pero si es lo mismo en todos lados donde voy. Total, para qué quiero al pinche músico, con el pegue que me cargo, qué necesidad tengo de estar con un músico fracasado, pacheco, muñeco, esperando no sé qué milagro, desesperándome.

Flaco, mi flaco, no dejes que te lleven, no te dejes llevar, no me dejes, no me lleves, mi músico tocando y tocando y yo que no te dejo de pensar.

Nuevamente he aquí que me tienen sentada en el banquillo de los acusados, la luz brillante lastima mis ojos, la angustia, la culpa por haberme pasado una vida entera pajareando, todo se me viene encima.

Otra vez las tardes moradas, pero ahora más moradas, las noches caminando a solas por calles oscuras, evitando llegar a la casa vacía.
Otra vez las metas inalcanzadas, el trabajo, las ocho horas con las nalgas adoloridas en una oficina para regresar a casa y comer una vez al día, las noches contemplando el techo, las terapias, enterrar a nuestros primeros muertos, la paz.

Yo, intentando no huir de ti, en esta selva que no somos tú y yo, en donde todo tiene ojos, puertas y patas, miradas y nalgas, manos, jerarquías, etiquetas, interpretaciones... Yo intentando huir de la realidad.

El azul de las cortinas de mi cuarto se refleja y se posa en las sillas, en el sillón, los rayos de luz son azules, las nubes de marigüana azules, los focos azules, el techo azul, la alfombra azul, las baldosas azules, el ambiente azul, mi espíritu azul. Norma suelta notas azules en la armónica, Pelusín y sus notas azules en la guitarra, la rola azul, un hombre baila, me invita, bailamos. La ciudad azul. Siento que el mundo se me viene encima.

De fiesta en el departamento de Liliana. Una rubia está recostada en tus rodillas mientras la acaricias y yo contemplando la escena. Estoy desconcertada, perdida doblemente en esta ciudad, sin saber hasta dónde me conducirá porque no tiene límites. Pienso con tristeza en el futuro, en este andar buscando amor desesperadamente en otro cuerpo, y después el vacío, y después el amor y después el vacío, en una eterna y tonta concatenación.

La ciudad antigua renovada. Ahora te busco en el centro, camino alrededor del edificio de gobierno, no entro. El centro, el iluminado zócalo, los edificios coloniales relucen iluminados. Los ambulantes ya se fueron, los pocos que quedan, pues a casi todos los de la zona de museos los quitaron.

Es el festival de primavera, una soprano canta música popular desde el balcón de un edificio.

Te pienso, te huelo, te presiento, todo me conduce a ti y aún así me resisto. Es que ayer revisé la maleta y estaba vacía, no traje nada de este viaje, unas cuantas letras, eso es todo.

Hace tiempo en las bardas del Carmen Coyoacán aparecieron poemas, un grafitero le rendía un tributo a una mujer llamada como yo; pensé en ti, por supuesto; me prometí que un día llenaría Coyoacán entero con letras dedicadas a un mi Flaco.

La lluvia golpea sobre el adoquín, la gente corre con premura hacia las marquesinas de los negocios en busca refugio. Poco a poco la calle va quedando desierta. “Se ama de pie en las calles, entre el polvo de los salones y plazas” desde el recuerdo Martí me susurra. El aire frío lastima mi nariz y mis orejas. Arrastrando los pasos voy a dar al Bértico, en Madero. Es martes en la tarde y el lugar está vacío, en lugar de música está prendida la televisión.

Escribo sobre mi realidad, estos días. Esta ciudad que es mía y no es de nadie, que es de todos, que amo y odio, de la cual quiero huir.
Hace ya rato me robaron la ilusión, me tomó años volver a encontrarla, hoy aquí, caminando en el centro tengo ganas de encontrarte y decirte que hagamos el amor. Despacio, despacio, disfrutemos.

En un portal cuatro ancianos cantan. La vida amigo, se agotó en un santiamén. Camino, camino, ya casi nunca me detengo. Aquí en este centro renovado, bajo la lluvia mi espíritu, tu recuerdo y un gato bailan.

Aprendamos a amar Flaquito, bailemos flaquito, hay una música antigua sonando en el ambiente, inventemos una nueva; hay un cielo y un país que se caen; bailemos, así se nos venga el mundo encima; la ciudad es nuestra, no la perderemos, bailemos. Cerraron el Bar León flaco, a muchos nos cerraron más que eso, pero ni cuenta nos dimos, ni pío dijimos, como no decimos ya pío por nada, esto no va a ningún lado, bailemos, un huapango, un rap, un vals, un jazz, un mantra hindú, lo que sea, bailemos; encontremos la paz, celebremos juntos treinta años de historia. Bailemos flaquito, la vida se agota.

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