Por Aura Macías
Mario miró atónito lo ocurrido en su despacho. Años de trabajo regados por todo el cuarto, habría que meter a esta mujer a un manicomio. Era de esperarse, Julia siempre fue en exceso temperamental, muy pasional, quién sabe en qué pensaba cuando se metió en esta relación.
El escritor daba vueltas de puntitas por el cuarto para no pisar libros y papeles y tratar de descifrar el orden que el desorden de la furia de su tía examante había creado. Para calmarse tomó un paño que estaba sobre su escritorio y sacudió el polvo de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa. Tengo que releerlo, pensó. Me va a tomar años reordenar esto, será mejor contratar a alguien, pensó, y levantó Las lanzas coloradas; recordó con placer las horas embebido en Pietri y su literatura, también tendría que volver a leerlo, pensó al colocar los libros en el anaquel, en un intento de ordenar el caos dejado por su examante y tía.
Se inclinó para recoger unos libros y vio algunas cuartillas regadas. Por fortuna Mario había numerado y puesto cornisas de manera escrupulosa a cada uno de los originales. Parece ser Los jefes, eso quiere decir que también vació el archivo, esto lo había escrito en 1952. Colocó las cuartillas en uno de los anaqueles y tomando un papel autoadherible, escribió una etiqueta para ir ordenando un poco el caos: Los jefes, 1952. Después de colocar las cuartillas y el papel en el librero, continuó recogiendo libros; Abbadón el Exterminador de Sábato quedó junto a José Lezama Lima y su Yo, el Supremo, pasó buen rato hojeando éste mientras pensaba en demandar a Julia por los destrozos. Esto me va a salir carísimo, tendrá que ser un bibliotecario con experiencia quien le dé orden de nuevo, y con seguridad le tomará años.
Abrumado, tomó un montón de cuartillas que descansaban en el asiento del escritorio y las puso sobre el mismo. Volteó el sillón que estaba patas arriba y dejó caer su enorme cuerpo. Tenía que suceder justamente este 29 de marzo en que cumplía 41 años. Revisó las cuartillas, pertenecían a La ciudad y los perros; éstas las escribí en 1963, tomó otro papel y anotó, La casa verde, 1966; La huída del Inca, 1952. Será mejor poner primero sólo las novelas: Los cachorros…, no recuerdo el año en que escribí éste, tal vez fue en 67; Pantaleón y las visitadoras, este es más reciente, quedó impreso en 1973.
Julia amenazó con demandarlo, será mejor que llame al abogado y le diga lo que está pasando. En algún modo le encantó el numerito que la mujer armó, comprendió por qué estuvo tanto tiempo a su lado, era un torbellino de pasiones, arrasó con todo, no dejó lámpara, libro o adorno vivo, arrancó gobelinos, cuadros, candelabros, todo fue a dar al suelo. Cuando él entró ya había tirado todos los libros y seguía frenética arrancando cuadros, intentando incluso tirar los enormes libreros que por suerte, ella misma había tomado la decisión de mandarlos a hacer empotrados en la pared, él que no tenía un tamaño despreciable, tardó en poder controlarla, la sacó cargando y la metió chillando a su auto dándole órdenes al chofer de que se la llevara lejos muy lejos o lo haría perder la paciencia y no respondía de sí mismo.
Se deprimió un poco, se sintió viejo, generalmente disfrutaba mucho haciendo el recuento de sus libros a la prensa o con sus amigos, su biblioteca era una de sus mayores orgullos, en especial por contener tantos volúmenes de su propia obra. Pero en ese momento sentía que no podía recordar ni siquiera cuáles fueron los argumentos de cada uno de los cuentos, ensayos o novelas que había escrito. Frente a él estaban un montón de cuartillas de Conversación en la Catedral, revueltas. Recordó con nostalgia el trabajo que le costó armar esta novela, los montones de cuartillas que escribió cuidando siempre un orden estricto en cada una de ellas. Cuando empezó a editarla, ya tenía kilos y kilos de cuartillas. 21 años de historia era demasiado, un camarada escritor le dijo cómo entrarle, fue bueno centrarse en la historia de estos tres personajes y dejarlos platicar y recoger la historia que cada uno de ellos platica en sus diálogos. Vaya que había sufrido para hacer los diálogos al principio, a veces tres cuartillas de datos se convirtieron en un diálogo que no abarcó más de unas tres o cuatro líneas. En otras ocasiones, por el contrario, tuvo que recurrir a la narración más que al diálogo. Eso no le gustó mucho de la novela cuando la releyó una vez que ésta estuvo impresa. Sentía que el principio estaba demasiado narrado y era en el diálogo donde estaba encontrando la manera de jugar con el tiempo y el espacio. Esta novela tendría que reordenarla él, le serviría para recordar cómo la hizo; los críticos alabaron el ajuste temporal que logró la novela. Ni idea tienen de las horas y horas de trabajo que esto tomó.
El que mucho abarca poco aprieta dice el dicho y sin embargo Mario ha abarcado todos los géneros, ensayo, novela cuento, su espléndido poder narrativo le permitieron incursar en casi todos los géneros, así opinaba el periodista cuyo nombre había sido cortado y no encontraba más que la cola de las j y las g, en un recorte de periódico que cayó en las garras de su tía-amante. A mi Conversación en la Catedral es una de las que más le ha gustado, la critica opinó “que quiso revelar la naturaleza porosa de la estructura social arequipeña, decir que tanto los que pretenden mantener su integridad como los que experimentan la atracción seductora del poder, acaban girando en el vacío.” En mexicano: La vida no vale nada.
La modestia no es una de las cualidades de Mario y en alguna entrevista comentó que había querido plasmar esta nueva sociedad que abandona lo rural por lo citadino. Recuerda la entrevista mientras ordena las cuartillas. Creo que logré muy bien la historia de una generación frustrada por los avatares que la condenan, impidiéndole la cristalización de sus proyectos, envolviéndola en la secuela de actos corruptos que dimanan del poder y alcanzan todos los estratos. ¡Qué mamón! Y ¡qué guapa aquella periodista! Se dedicó a tratar de apantallarla toda la entrevista.
Mario tomó el teléfono y marcó el número de su abogado. "Necesito hablar contigo, Julia vino. ¡Cómo que no mueva nada! Ven a ver el desastre que dejó hecho el estudio. Todo, sacó todo, está furiosa. Amenazó con demandarme legalmente. Te espero".
Se levantó y cuidando no pisar nada, mientras con el pie va apartando algunos libros se dirige a un bar en uno de los anaqueles y levanta algunas botellas, se sirve un trago y regresa a ordenar las cuartillas en la mesa.
Encontró un recorte de periódico de esos que Julia guardaba con tanto esmero, y había sobrevivido, éste sí, a su furia. Era una crítica sobre Conversación en la Catedral decía “era el modelo de novela que su búsqueda estética ambicionaba. Y de hecho sí, la pretensión era grande, pretendió y logró sustituir los capítulos de la novela tradicional por el montaje de situaciones narrativas alternantes, dispuestas en secciones. En cada una de ellas se entrecruzó diálogos de los personajes, correspondientes a momentos y lugares distintos, de manera tal que diversas voces se cuelan en otros diálogos. Sin duda el pasado próximo y el lejano se inscriben en la trama a medida que el diálogo corres-pondiente al presente de la novela los iba requiriendo. Fue todo un acierto. Fue difícil ver a Perú desde el ángulo que componen el hijo de don Fermín Zavala y su sirviente, el que logró destacar desde un presente melancólico.” Este crítico sí que sabía de literatura, pensó Mario, y después de dar un trago a su bebida encendió un habano y siguió leyendo: “En la implacable sociedad peruana los personajes muestran su vida íntima con su carga de miserias y sus posibilidades frustradas. Personajes que sopor-tan el peso de una historia en la que no se vislumbra el viento liberador de la utopía y ningún horizonte promisorio. La intimidad de sus vidas se halla inevitablemente abocada a la frustración. Y cuando no es el vicio en sus diferentes manifestaciones el sustituto magné-tico, aprisionante, de los apetitos frustrados, es la callada aceptación de su imposibilidad lo que ha de prevalecer.” Excelente la retórica de este crítico, mejor hubiera escrito él la novela, pensó Mario, porque de la mía entendió un carajo.
Eso y más se dijo de este libro, horas y horas de trabajo desentrañando historias que tienen en común la pátina de mediocridad la alienación aplastante impuesta por el régimen. En realidad este Zavalita resultó un buen conversador, excelente hilo conductor para el relato, piensa Mario y termina su trago y se sirve otro.
Esta vez ya no regresó al bonche de papeles, su abogado le había dicho en el teléfono que no tocara nada, que en unos momentos llegaría y tomarían la decisión de qué hacer. Salió del estudio y fue a sentarse en el recibidor, llevaba en sus manos un ejemplar de El sonido y la furia, que había rescatado de entre el montón de libros regados por todo el estudio.
No tardan el llegar los invitados. Y los no invitados también, pensó molesto, le esperaba un largo día de sociales. Habrá que mantener el estudio cerrado, siempre piden entrar, o él los invita. Tendré que contarles lo que pasó en la mañana. Tal vez sea mejor ponerse a cancelar toda cita. Nunca pensé que Julia se enojara tanto, no pudo distinguir literatura de la realidad. De hecho nunca pudo, siempre pensó que lo que vivíamos era una novela. Aunque haciendo honor a la verdad, lo era, nuestro parentesco…, mira que tirarte a tu tía y no sólo eso, escribirlo, creo que te pasaste Mario. Pero pasó de novela de amor a policiaca.
Se dispuso a leer a Faulkner mientras esperaba la llegada de su abogado. Después de todo no era la primera vez que alguien se ofendía por cómo platicaba él las cosas en sus libros... Algún día escribiré un ensayo sobre eso, pensó. Lo titularé La verdad de las mentiras, notó en una hoja en blanco, ensayo, La verdad de las mentiras, puso la fecha y
acto seguido: se perdió en los abismos de Faulkner.
Me gusta mucho como escribes, siempre ha sido así, no creo ser ni la mitad de buena, y ese de los gigantes de las fosas es de mis favoritos, qué bueno que otra ve estés por aquí, =) besoss
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