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miércoles, 28 de marzo de 2012

Zapatos


La noche anterior había preparado cuidadosamente sus cosas: la playera, el short, una toalla, jabón, desodorante, y por supuesto: los zapatos de futbol. Se había inscrito en una liga de futbol rápido y no había podido asistir por estar trabajando horas extra para juntar el dinero necesario para comprar los zapatos indicados. El sábado en cuanto el ingeniero les pagó salió corriendo a comprarlos.
No eran de marca pero eran una imitación muy buena. Había pasado la tarde preguntando en Tepito y tuvo que regresar el domingo pues el sábado de plano no había podido decidirse, los de marca estaban carísimos, aún cuando la marca fuese pirata.
Pasó la noche soñando ser ganador del campeonato de futbol rápido de la colonia primero, de la ciudad y nacional después. Amaneció cansado y aturdido por la noche agitada. Hacía un frío de los mil demonios.
Todos los días su rutina arrancaba a las cuatro de la mañana. Se levantaba y ponía el pocillo con café que recalentaba hasta tres o cuatro veces para que rindiera. Esa mañana sabía espantoso, quizá era ya a cuarta recalentada. Bebió muy poco y trató de despertarse con el agua fría que trajo en un balde de la toma de agua ubicada en la entrada de su vivienda. Se preparó una torta y un poco de agua de limón para cuando el hambre apretara y la metió en la maleta que había preparado cuidadosamente la noche anterior.
Bien abrigado cerró el gas y salió a toda prisa con su maletín al lado. Tenía por delante dos horas y media de camino de Santa Fe hasta Xochimilco donde estaba trabajando desde hacía seis meses. Trabajo que no disfrutaba en lo más mínimo pero había tomado para hacer sentir culpable a su madre quien se había puesto como energúmeno porque había perdido el año tonteando en las canchas de futbol rápido. En cuanto su madre se enteró le retiró todo apoyo económico así que su vocación dependía de su esfuerzo.
Dormitó en el metro aunque iba parado, la gente era tanta que se podía hacer eso. Una señora le dio un codazo para bajar y lo devolvió a la realidad. Poco a poco se fue vaciando el metro. La próxima tomo el periférico, se dijo, aunque tenga que gastar un poco más. Al fin ya compré los zapatos.
Cuando por fin llegó a la obra en que trabajaba ya estaba cansado y hambriento. Por suerte el ingeniero, ni sus luces. Fue de los primeros en llegar. Aprovechó y se desayunó lo que llevaba. Ni modo, iba a tener que comprar algo al rato para la comida. Llegó el ingeniero y repartió las tareas. Todos a trabajar. Suspendieron hasta la una de la tarde, ya hacía hambre así que fueron por sus cosas, la mayoría llevaba algo preparado de casa.
Llegó y abrió su maletín para sacar el dinero e ir a comprar algo y fue cuando empezó todo: los zapatos se cayeron y todos empezaron a jugar con ellos, se los aventaban unos a otros. “¡Pinche pirruris!, ¡huy sí, mis Nike muy Nice!, ¡No mames!... Y pasaban los zapatos de una mano a otra. Él hacía esfuerzos desesperados por quitárselos, lo que más le preocupaba es que iban a mancharlo nunca se lavaban antes de comer y ahora tenían sus manos llenas de grasa ya que llevaban guisados preparados por sus diligentes esposas o madres y en su mayoría consistían en algún caldo grasoso y picoso. Entre risas, gritos, empujones  e insultos los zapatos terminaron colgados de los cables de luz.
Furioso subió al primer piso y tomó un rodillo que el pintor había dejado y trató de alcanzar los zapatos. No supo cómo pasó, de pronto tenía los zapatos en la mano y estaba colgando él de los cables. Por desgracia, estaba demasiado consciente para estar muerto, pero si colgaba de unos cables de luz sin duda se había electrocutado. Fue en ese momento que sintió el golpe en su cabeza. Se levantó y vio los zapatos exhalando humo, no daba crédito. Trató de apagarlos contra su ropa y vio entonces que todo él exhalaba humo. El olor a carne y pelo quemado que sentía provenían de él. Un señor se acercó con una cobija y se la enredó, su gesto era piadoso y temeroso a la vez, como si temiese ser contagiado de algo. Sin duda su aspecto debía ser terrible, trató de arreglarse la ropa mientras escuchaba  la sirena de la ambulancia acercándose.
Mi madre se pondrá furiosa, pensó. Se desvaneció al subir a la camilla. Sólo entonces soltó los zapatos.

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